Destronando a los poderes y potestades

23/11/2025 51 min

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Episode Synopsis

El pasaje de Colosenses 2,13–15 nos sitúa frente a una verdad profunda y transformadora: la obra de Cristo no solo nos toca de manera individual, sino que repercute en toda la estructura del cosmos. Estábamos muertos en nuestros delitos, incapaces de rescatarnos a nosotros mismos, sujetos a un orden quebrantado que gobernaba sobre la humanidad. Sin embargo, Dios nos dio vida juntamente con Cristo, perdonando nuestras faltas, cancelando el documento de deuda que nos condenaba y clavándolo en la cruz. Allí, en ese acto que parece derrota, se revela el verdadero triunfo: Cristo despojó a los poderes y autoridades, exhibiéndolos públicamente, mostrando su impotencia ante la fidelidad del Hijo. Esta verdad abre un horizonte que va más allá de la salvación personal y nos introduce en el evangelio cósmico, en la noticia de que Dios no solo transforma corazones, sino que está transformando el mundo entero.Muchos creyentes están familiarizados con la primera parte del evangelio: Jesús me salvó, me perdonó, me dio nueva vida. Pero la segunda parte es menos comprendida: Jesús no solo vino a llevarnos al cielo, sino a traer el cielo a la tierra. Su misión no se reduce a rescatar individuos, sino a restaurar la creación, a ordenar nuevamente aquello que se torció después de la caída. Por eso, cuando Pablo habla de principados y potestades no se refiere únicamente a seres espirituales, sino a estructuras visibles e invisibles que conforman la realidad social: sistemas económicos, estructuras políticas, dinámicas culturales, narrativas colectivas que moldean la vida humana. Fueron creadas buenas, destinadas a servir a la humanidad, pero corrompidas terminaron esclavizando al ser humano. Hoy se ve claramente en quienes viven sujetos al sistema financiero, al qué dirán, a las redes sociales, a los estereotipos de belleza. El ser humano, creado para gobernar sobre la creación, terminó gobernado por los sistemas que él mismo sostiene.La creación entera gime esperando la revelación de los hijos de Dios. Este gemido no es solo ecológico, sino social, espiritual, moral. El mundo intuye que algo está mal, pero no puede liberarse. La humanidad esclavizada no puede romper cadenas que ella misma alimenta. Por eso Cristo necesitaba entrar al sistema, vivir dentro de él, pero sin dejar que el sistema entrara en Él. Jesús vivió libre: no fue esclavo de tradiciones, de expectativas sociales, de leyes manipuladas, ni siquiera del instinto de autopreservación. Su libertad lo llevó al choque frontal con los poderes de su tiempo y ese choque culminó en la cruz. No fue un accidente, sino la consecuencia inevitable de una vida que se negó a someterse a los mecanismos de dominación. Allí, al no ceder al miedo ni a la muerte, los expuso, los venció, los dejó sin fundamento. La cruz se convierte así en un acto de victoria, en la proclamación de que el orden corrompido no tiene la última palabra.Si Cristo venció, la iglesia está llamada a encarnar su victoria. No se trata solo de predicarla, sino de vivirla. Efesios afirma que la sabiduría de Dios es dada a conocer a los principados y potestades por medio de la iglesia. Esto significa que el testimonio más poderoso no es el discurso, sino la existencia misma de una comunidad libre: libre del dinero, del materialismo, del racismo, de la división, de la competencia, del orgullo. Una comunidad donde ya no se establecen jerarquías de valor entre hombre y mujer, entre esclavo y amo, entre judío y gentil. Cuando la iglesia vive así, se convierte en evidencia visible de que Cristo ha destruido el poder de los sistemas que esclavizan. El mundo intenta cambiarse a sí mismo, pero fracasa porque sigue siendo esclavo del mismo orden que pretende transformar. Políticos atrapados en intereses, influencers dependientes de la aprobación, activistas movidos por la fama. Todo esfuerzo sigue limitado si nace desde dentro del sistema. Solo una iglesia verdaderamente libre puede transformar el mundo porque no opera desde los valores del mundo, sino desde la libertad del Reino.El desafío entonces no es teórico, sino existencial. ¿Qué estamos haciendo como iglesia? ¿Estamos viviendo como esclavos de poder, imagen, control, consumo, o como una comunidad que encarna la vida resucitada? El cambio del mundo comienza aquí: renunciando a la esclavitud interior, abrazando la libertad de Cristo, permitiendo que su victoria se vea en nuestras decisiones, relaciones y prioridades. Una iglesia así puede levantar proyectos, restaurar comunidades, sanar ciudades, generar movimientos que muestren al mundo que hay otra manera de vivir. Creer en este llamado es imaginar una generación que no solo habla del Reino, sino que lo manifiesta. Tal vez desde nuestras comunidades surjan iniciativas, emprendimientos sociales, modelos educativos, espacios de reconciliación que se conviertan en señales vivas de que Cristo ya ha destronado a los principados y potestades. Vivir libres como vivió Cristo es el comienzo de la verdadera transformación.