Mi reino no es de este mundo

02/11/2025 45 min

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Episode Synopsis

El relato de Juan 18:33–40 muestra uno de los diálogos más profundos de todo el Evangelio: el encuentro entre Jesús y Pilato. En este momento crucial, Jesús, frente al poder político romano, revela una verdad que trasciende cualquier sistema o ideología humana: su Reino no es de este mundo. La escena refleja la tensión entre las expectativas terrenales de los hombres y la naturaleza celestial del Reino de Dios. Pilato, representante del poder político, interroga a Jesús con una pregunta cargada de ironía y sospecha: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”. Jesús responde con sabiduría divina, cuestionando si esa pregunta nace del propio interés de Pilato o de las acusaciones de otros. De esa manera, Jesús expone el corazón del problema: los hombres intentan definirlo y encasillarlo dentro de sus categorías, pero Él trasciende cualquier molde.A lo largo de la historia, la humanidad ha intentado ajustar la figura de Jesús a sus propias ideologías. Algunos lo han querido ver como un revolucionario político, un líder comunista o un defensor del sistema capitalista. Sin embargo, Jesús no se alinea con ninguna ideología terrenal. Él no es de izquierda ni de derecha, no es liberal ni conservador. Su Reino no proviene de las estructuras humanas, sino que se origina en Dios mismo. Cualquier intento de definirlo desde los parámetros de poder, política o economía termina distorsionando su mensaje. El Reino de Jesús no busca dominar ni imponer, sino transformar desde dentro.Cuando Jesús afirma: “Mi Reino no es de este mundo”, no está hablando de una separación física entre el cielo y la tierra, sino de una diferencia esencial en su naturaleza. Su Reino no se origina en la ambición humana ni en la violencia que caracteriza a los poderes de este mundo. Por eso declara: “Si Mi Reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían”. Mientras los reinos humanos se sostienen en la fuerza, el de Jesús se funda en el sacrificio. Su trono fue una cruz, su corona fue de espinas y su victoria fue la resurrección. La paradoja del Evangelio es que Jesús ganó precisamente cuando estuvo dispuesto a perder según los estándares del mundo.En la cruz, Jesús mostró que el verdadero poder no consiste en dominar, sino en entregarse. Su Reino se expande no por la imposición, sino por el amor. Los métodos del mundo —la manipulación, la violencia y la búsqueda de poder— contrastan con los del Reino, que se basa en la humildad, la verdad y la justicia. Por eso, los seguidores de Jesús son llamados a reflejar este mismo espíritu. En un mundo donde muchos buscan triunfar a cualquier precio, los ciudadanos del Reino deben estar dispuestos a “perder” con tal de no corromperse. Cada vez que alguien rechaza la injusticia, aunque eso le cueste oportunidades o beneficios, el Reino de Dios avanza.Jesús también aclara que su Reino, aunque no sea de este mundo, sí es para este mundo. Él dice: “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. Esto muestra que su misión tiene un impacto directo en la realidad humana. El Reino de Dios no es una idea abstracta ni un destino futuro en otro lugar; es una presencia activa que busca transformar la tierra según los valores del cielo. No se trata de una revolución política, sino de una renovación espiritual que cambia las estructuras humanas desde el corazón. Por eso, el seguidor de Jesús no actúa según el egoísmo ni busca únicamente su conveniencia personal. Su compromiso es con el bien común, con la justicia y con la verdad que reflejan el carácter del Rey.Cuando Pilato pregunta: “¿Qué es la verdad?”, revela la confusión del mundo frente a la persona de Cristo. En una sociedad donde cada quien define su propia verdad, Jesús proclama que Él mismo es la verdad. No se trata de un concepto filosófico ni de una doctrina moral, sino de una persona viva. Su verdad no cambia con las modas ni se adapta a las ideologías. En contraste con el relativismo que domina la cultura moderna, el Reino de Jesús se edifica sobre una verdad inmutable que libera y da sentido. Quienes pertenecen a este Reino escuchan su voz y viven conforme a sus enseñanzas, aunque eso los coloque en tensión con el pensamiento dominante.El relato llega a su clímax cuando Pilato, presionado por la multitud, ofrece liberar a Jesús o a Barrabás. Barrabás, descrito como un ladrón, era en realidad un insurgente, un revolucionario que intentó derrocar al imperio romano por la fuerza. La multitud elige a Barrabás, prefiriendo al líder violento que representa su idea de poder sobre el Rey pacífico que ofrece la verdad. Paradójicamente, Jesús muere en el lugar del culpable, simbolizando su entrega por toda la humanidad. En ese acto, se revela la esencia de su reinado: un Rey que da la vida por sus súbditos.Mientras los reyes de este mundo están dispuestos a matar para mantener su poder, Jesús está dispuesto a morir para dar vida. Su sacrificio no solo revela la profundidad de su amor, sino que redefine lo que significa reinar. Él no vino a conquistar naciones, sino corazones. Por eso, su Reino comienza en el interior de cada persona que decide someter su vida a su señorío.Finalmente, Pilato presenta al pueblo una elección que sigue vigente hoy: Jesús o Barrabás. El mundo continúa prefiriendo líderes que prometen soluciones rápidas, poder y control, antes que a un Rey que confronta y transforma desde dentro. Pero solo Jesús ofrece lo que ningún otro puede: la vida eterna. Él no busca gobernar desde los palacios ni los parlamentos, sino desde el corazón de quienes lo reconocen como su Señor.El llamado final es claro: Jesús no vino a tomar el control de los gobiernos humanos, sino a establecer su gobierno en el corazón. Su Reino no se impone, se acepta. No se conquista con espadas, sino con fe. No se levanta con violencia, sino con verdad y amor. En un mundo dividido por ideologías, Jesús nos invita a una lealtad superior: la lealtad al Reino que no es de este mundo, pero que transforma este mundo con la fuerza del amor divino.