No prohíban que hablen en lenguas

28/09/2025 45 min

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Episode Synopsis

El pasaje de 1 Corintios 14:39-40 nos recuerda una verdad central: la iglesia no debe prohibir el hablar en lenguas, pero sí debe procurar que todo se haga de manera apropiada y con orden. El apóstol Pablo exhorta a la comunidad de Corinto a valorar los dones espirituales, a buscar especialmente el de profecía, pero sin despreciar el hablar en lenguas. La enseñanza gira en torno a un equilibrio: reconocer que los dones provienen del Espíritu Santo y son de bendición, pero deben ejercerse bajo la dirección divina y en beneficio de la comunidad, no como motivo de confusión o desorden.La introducción del mensaje parte de una realidad actual: la mayoría de los creyentes lucha con su vida de oración. Una encuesta realizada por Crossway Research revela que apenas el dos por ciento de los cristianos se sienten muy satisfechos con su vida de oración, y una de las principales razones de esa insatisfacción es no saber qué decir o cómo orar. Frente a esta dificultad, surge la verdad clave: el Espíritu Santo es el Espíritu de oración, y no estamos solos al presentarnos delante de Dios, pues Él mismo nos auxilia en nuestra debilidad. Una de las maneras en que lo hace es a través del don de lenguas, un regalo que nos permite conectarnos con Dios en un lenguaje espiritual que trasciende nuestra comprensión.Hablar en lenguas, según Pablo, es un don otorgado por el Espíritu que permite orar a Dios en un idioma desconocido para quien lo habla. Sin embargo, no debe entenderse como la única evidencia de la llenura del Espíritu Santo. En 1 Corintios 12:29-30, Pablo deja claro que no todos poseen los mismos dones, y que hablar en lenguas es solo una de las muchas formas en que el Espíritu se manifiesta. En la iglesia de Corinto se había generado un problema: algunos usaban este don de manera desordenada, interrumpiendo las reuniones y sin aportar edificación a los demás. Por ello, Pablo escribe no para descalificar el don, sino para corregir su mal uso y recordar que los dones deben ejercerse para edificar.El mismo Pablo reconocía el valor de hablar en lenguas, y testificaba que lo hacía más que todos, pero señalaba que debía tenerse presente su propósito y contexto. En primer lugar, al hablar en lenguas, el creyente pronuncia misterios en el Espíritu. No se dirige a los hombres, sino a Dios, expresando lo que la mente no logra articular. En segundo lugar, al hablar en lenguas, el creyente se edifica a sí mismo, fortaleciendo su vida espiritual y su comunión personal con el Señor. En contraste, la profecía tiene un impacto más comunitario, edificando a la iglesia entera. En tercer lugar, Pablo anima a quienes hablen en lenguas a pedir el don de interpretación, de manera que lo dicho pueda ser comprendido y edifique a los demás. Finalmente, aclara que el lugar principal del hablar en lenguas es la oración privada, más que la asamblea pública, para evitar confusión y dar mayor provecho al don.Pablo insiste en que no debe prohibirse hablar en lenguas, pero sí ejercerse bajo orden. En la vida congregacional, este don puede expresarse en momentos específicos de adoración colectiva, pero siempre buscando edificar y no desconcertar. Lo que importa no es la cantidad de palabras pronunciadas en lenguas, sino la claridad, el amor y la edificación que brotan de ellas.El mensaje apunta luego a Cristo, quien regaló al creyente el Espíritu Santo como ayuda en la oración. Muchas veces se cae en la idea errónea de que hay que encontrar las “palabras mágicas” para que Dios escuche y responda. Circulan incluso mensajes que prometen que, si se ora de cierta manera, todo será respondido. Pero la Escritura enseña que la eficacia de la oración no depende de fórmulas humanas, sino del auxilio del Espíritu Santo. En Romanos 8:26-27 se afirma que, en nuestra debilidad, cuando no sabemos cómo orar, el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles, y que esa intercesión está en completa armonía con la voluntad de Dios. De este modo, aun nuestro silencio, nuestras lágrimas o nuestro gemido son oración recibida por el Padre cuando son presentados en el Espíritu.La aplicación práctica es clara: el creyente que no habla en lenguas puede pedir ese don al Espíritu Santo, como un recurso para profundizar en la oración. Quien ya lo ejerce puede pedir, además, el don de interpretación. Pero, sobre todo, se recuerda que la oración no consiste únicamente en hablar mucho, sino en estar en la presencia de Dios, a veces en silencio, a veces escribiendo, llorando o simplemente permaneciendo. Lo esencial es la comunión con el Espíritu Santo, más allá de las palabras.La inspiración final está en que Dios responde a las oraciones del Espíritu. Muchas veces, ni siquiera sabemos qué pedir, pero el Espíritu clama dentro de nosotros aquello que nunca habríamos pensado pedir, y lo hace conforme a la perfecta voluntad del Padre. Esta intercesión asegura que Dios responderá de manera sabia y justa, y fortalece nuestro espíritu. Así, lejos de prohibir el hablar en lenguas, debemos valorar este don como un regalo del Espíritu Santo que edifica al creyente, le da profundidad en la oración, y lo conecta con la voluntad de Dios.En conclusión, Pablo exhorta a la iglesia a no prohibir el hablar en lenguas, pero sí a usarlo con orden y en amor. Este don, bien ejercido, fortalece la vida espiritual y recuerda que la oración es obra compartida entre nosotros y el Espíritu Santo. Nuestra debilidad no es un obstáculo para Dios, porque el Espíritu intercede con poder. Y al final, lo que importa no es cuán elocuentes seamos al orar, sino que nos mantengamos en comunión con Aquel que escucha y responde a las oraciones del Espíritu en nosotros.