Listen "Tu cuerpo es el templo del Espíritu Santo"
Episode Synopsis
La enseñanza del apóstol Pablo en 1 Corintios 6:12–20 confronta de manera directa y profunda una verdad que a menudo olvidamos: nuestro cuerpo no nos pertenece, sino que ha sido comprado por precio y ahora es templo del Espíritu Santo. Pablo, con firmeza pastoral, corrige la mentalidad permisiva de los corintios, quienes justificaban su estilo de vida bajo la frase: “Todo me está permitido”. Sin embargo, él responde con sabiduría: no todo lo que está permitido conviene, y mucho menos cuando algo llega a dominarnos y esclavizarnos. La libertad cristiana no puede ser excusa para vivir en desorden, sino un llamado a consagrar todo lo que somos al Señor.El mensaje se inicia con una comparación sencilla pero reveladora: nadie desea permanecer en un lugar sucio, en una casa desordenada y contaminada. Por el contrario, cuando una vivienda está limpia y ordenada, se convierte en un espacio donde da gusto entrar y habitar. Así es también el templo de nuestra vida. Pablo nos recuerda que no se trata de que Dios nos acepte si somos santos, sino de comprender que ya somos templo del Espíritu y, por lo tanto, debemos estar en orden para que Su gloria habite plenamente en nosotros. El principio bíblico es claro: cuando el templo está en orden, la gloria de Dios lo llena.En Corinto, como en nuestra cultura actual, la inmoralidad sexual estaba normalizada y hasta celebrada. Pero Pablo declara con claridad: “El cuerpo no es para la inmoralidad sexual, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (v. 13). Es decir, no podemos usar lo que le pertenece a Cristo para fines que contradicen Su voluntad. Nuestros cuerpos son miembros de Cristo mismo, y unirlos a la inmoralidad es profanarlos. Por eso el apóstol urge: “Huyan de la inmoralidad sexual”. Este mandato no se limita a un aspecto aislado de la vida, sino que nos recuerda que todo pecado contra el cuerpo es una ofensa directa contra la santidad que Dios ha depositado en nosotros.El trasfondo bíblico confirma este principio. En Éxodo 40, cuando el tabernáculo fue ordenado y terminado, la gloria de Dios descendió y lo llenó. En 1 Reyes 8, cuando el templo de Salomón fue consagrado, la nube de la gloria divina inundó el lugar al punto que los sacerdotes no pudieron permanecer de pie. Pero en Ezequiel 10, cuando Israel contaminó el templo, la gloria se apartó. Esto revela una verdad solemne: la presencia de Dios se manifiesta donde hay orden, pureza y consagración; pero se retira cuando el templo es profanado.De esta forma, la predicación nos recuerda que el orden comienza con la santidad personal. La vida cristiana no es solamente cantar, orar o asistir a la iglesia, sino también honrar a Dios con nuestro cuerpo, nuestras decisiones y nuestros hábitos diarios. La santidad abarca tanto lo íntimo como lo público, lo visible y lo oculto. Pablo mismo enumera en el capítulo anterior las obras de la carne que excluyen del reino de Dios: idolatría, adulterio, avaricia, embriaguez, mentira. Pero también recuerda que hemos sido lavados, santificados y justificados por Cristo. La gracia no es licencia para pecar, sino poder para vivir en santidad.Cuando el templo es consagrado, la gloria lo llena. No se trata de una emoción pasajera, sino de la manifestación real de Dios en la vida de una persona y de una comunidad. La gloria de Dios se traduce en intimidad con el Espíritu, fortaleza en medio de las pruebas, dirección en tiempos de incertidumbre y poder para vivir de manera victoriosa. Así como la nube llenó el tabernáculo y el templo en los tiempos bíblicos, también el Espíritu quiere llenar nuestros corazones, hogares, matrimonios y ministerios. Pero esa llenura no ocurre automáticamente: requiere un compromiso de obediencia y entrega.El pasaje también trae una advertencia seria: cuando el templo es profanado, viene el juicio. Pablo lo dice sin rodeos: “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él” (1 Cor. 3:17). La gracia de Dios no puede ser usada como excusa para jugar con el pecado. La misma gloria que trae bendición puede convertirse en juicio cuando hay irreverencia. Es un recordatorio de que no se puede vivir de manera indiferente ante la santidad. Dios es amor, pero también es fuego consumidor.Este mensaje nos confronta con una decisión: el Espíritu Santo desea llenar nuestro templo, pero antes es necesario ponerlo en orden. Esto significa renunciar a las excusas, dejar atrás las medias tintas y entregarnos nuevamente al Señor. La invitación es clara: limpiar las áreas ocultas, consagrar la mente, el corazón y el cuerpo, y vivir con la certeza de que hemos sido comprados a precio de sangre. Cuando la vida está en orden, la gloria de Dios se hace visible no solo en nosotros, sino también a través de nosotros, impactando a quienes nos rodean.En conclusión, Pablo nos recuerda que no somos dueños de nosotros mismos. Cristo pagó el precio más alto para redimirnos y convertirnos en Su templo. El llamado no es a una vida de reglas vacías, sino a una vida de consagración donde cada decisión honra a Dios. El desafío es examinar el estado de nuestro templo: ¿está listo para ser lleno de la gloria del Señor? La respuesta requiere valentía, pero también trae una promesa: si ponemos en orden nuestra vida, Dios la llenará con Su Espíritu, y Su presencia transformará todo lo que somos y hacemos.
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