Listen "Cloud Rap Mix"
Episode Synopsis
Nació en las sombras del internet, cuando el bajo se volvió neblina y los beats empezaron a respirar como nubes. El cloud rap no llegó con fanfarria, sino con una pulsación lenta, casi adormecida, hecha de sintetizadores etéreos, reverberaciones infinitas y voces que parecían flotar entre sueños y despertares. Surgió a finales de la década de 2000, en ese momento en que los jóvenes productores y raperos comenzaron a usar herramientas digitales no para imitar lo que ya existía, sino para construir atmósferas donde las emociones sonaban más fuerte que las palabras.
Artistas como Lil B y Main Attrakionz fueron piezas clave en esos primeros días: uno con su filosofía de libertad creativa y su entrega desbordante, el otro con letras que se desvanecían en beats vaporosos. Pero fue Clams Casino quien, desde un cuarto en Nueva Jersey, tejió el sonido que muchos reconocerían como el corazón del género: melodías desdibujadas, samples de voces angelicales, percusiones que no rompían el silencio sino que lo acariciaban. Su trabajo con raperos como A$AP Rocky o Bones definió una estética que pronto se extendió como humo por SoundCloud, Bandcamp y foros de internet.
El cloud rap nunca quiso ser comercial, al menos no al principio. Era música para escuchar con los audífonos puestos en la oscuridad, con la mirada perdida en la lluvia o en el techo de una habitación solitaria. No se trataba de rimas complejas ni de flow explosivo, sino de sensación, de textura. La voz del MC se volvía otro instrumento más en la niebla, a veces casi inaudible, a veces desgarradoramente íntima.
Con el tiempo, el género se ramificó, se mezcló con el lo-fi, el vaporwave, el trap experimental, incluso con la música ambient. Nombres como Yung Lean en Suecia o Black Kray en EE. UU. ampliaron su geografía y su alma, demostrando que esa sensación de deriva emocional era universal. Hoy, aunque pocos usan ya la etiqueta “cloud rap”, su espíritu sigue vivo en la forma en que muchos artistas jóvenes usan la producción no como fondo, sino como vehículo emocional. El cloud rap no desapareció; se volvió aire, se volvió clima interior.
El cloud rap, aunque nacido en los márgenes digitales, fue más que un sonido: se volvió una sensibilidad que se filtró en otras formas de expresión, como una niebla que no pide permiso para envolverlo todo. En la literatura, sobre todo en la poesía contemporánea de autores jóvenes, se percibe su impronta en esa manera de escribir desde lo fragmentario, lo íntimo y lo digital. Las palabras ya no buscan siempre construir narrativas lineales, sino evocar estados: soledad pixelada, melancolía en loop, la paradoja de sentirse solo en medio de mil conexiones. Autores como Tao Lin o incluso cierta narrativa en redes sociales, con su tono desapegado y sus frases cortas que laten más por lo que callan que por lo que dicen, respiran ese mismo aire de distanciamiento emocional envuelto en una estética dulce y triste.
En el cine, especialmente en el cine independiente y en el videoclip como forma artística autónoma, el cloud rap dejó huella en la paleta visual y en el ritmo. Imágenes bañadas en luz neón suave, escenas que se desvanecen sin corte brusco, personajes que caminan sin rumbo fijo por ciudades vacías o dormitorios iluminados por la pantalla de un celular. Directores y creadores visuales empezaron a adoptar esa estética “onirónica digital”, donde lo real y lo virtual se confunden, y el tiempo parece desacelerado. No se trata de contar una historia con principio y fin, sino de inmersión en un mood, en una atmósfera —justo como en los beats del cloud rap.
La moda, por su parte, absorbió esa misma ambigüedad entre lo casero y lo estético, lo descuidado y lo intencional. Sudaderas oversize, ropa deportiva descolorida, zapatillas viejas pero cuidadas, todo envuelto en una estética de lo “no intencionado” que en realidad está muy pensada. Marcas underground y colectivos de diseño independiente comenzaron a jugar con tipografías suaves, colores pastel combinados con grises humeantes, gráficos que parecen salidos de un sueño febril. Incluso la forma en que muchos jóvenes se fotografían —con fondos borrosos, iluminación tenue, poses relajadas casi hasta la apatía— responde a esa estética del cloud rap: la belleza del instante efímero, del cuerpo en pausa.
En la música, su influencia es quizás la más evidente y extendida. El cloud rap abrió la puerta para que la producción sonora se convirtiera en protagonista, no solo en el hip hop sino en géneros como el R&B alternativo, el pop introspectivo e incluso en ciertas corrientes del indie electrónico. Artistas como James Blake, The Weeknd en sus inicios, o incluso Billie Eilish en su uso de espacios sonoros amplios y voces susurradas, beben de esa misma fuente. Productores que antes buscaban claridad y precisión ahora valoran la textura, la ambigüedad, el ruido hermoso. El cloud rap demostró que un beat no necesita golpear fuerte para calar hondo; a veces basta con envolver, con sostener, con hacer sentir que uno no está solo en la neblina.
En el cloud rap, los instrumentos no siempre son tangibles ni acústicos; a menudo viven dentro de pantallas, entre plugins y samples manipulados hasta perder su forma original. Lo que define su sonido no es tanto el instrumento en sí, sino la manera en que se desdibuja, se alarga, se vuelve eco. Los sintetizadores son el alma de esta música: pads suaves, brillantes o melancólicos, que flotan como nubes bajas sobre el beat. Modelos como el Roland Juno, el Korg M1 o emulaciones digitales de estos clásicos se usan para crear esas capas atmosféricas que parecen respirar, cambiando de color con cada compás.
Los samples también juegan un rol fundamental, pero no en su forma cruda. Voces de coros gospel, fragmentos de películas antiguas, melodías de videojuegos de los 90 o incluso piezas de música clásica se despedazan, se ralentizan, se bañan en reverberación hasta volverse irreconocibles. Ese gesto de tomar algo del pasado y transformarlo en niebla emocional es una de las firmas del género. A veces basta con una nota de piano aislada, repetida, envuelta en delay, para sostener toda una pista.
La batería, cuando aparece, suele ser minimalista, casi tímida. Los snares suenan amortiguados, como si estuvieran cubiertos por una manta; los kicks no golpean, sino que empujan con suavidad, a veces distorsionados hasta adquirir una textura mullida. Programas como FL Studio o Ableton Live son los talleres donde estos ritmos se construyen, con samples de batería vintage o kits personalizados que priorizan el mood sobre la precisión rítmica.
El bajo, cuando está presente, rara vez es agresivo. Prefiere serpentear en frecuencias medias, envuelto en efectos, más cercano al zumbido de un transformador que al boom del hip hop tradicional. Y las voces, en muchos casos, se tratan como otro instrumento más: se duplican, se entrecruzan, se filtran con low-pass para que suenen como si llegaran desde otra habitación, desde otro sueño.
En el cloud rap, más que tocar instrumentos, se trata de moldear el aire. Lo que suena es menos importante que cómo se desvanece.
El cloud rap no fue solo un estilo musical, sino una forma de estar en el mundo cuando el mundo empezaba a volverse completamente digital. Llegó en un momento en que las redes sociales ya no eran novedad, sino hábitat; cuando la identidad se construía tanto en la calle como en el avatar, y cuando sentirse perdido se volvió una experiencia colectiva disfrazada de individualismo. En ese contexto, el cloud rap se convirtió en el soundtrack de una generación que creció entre pantallas, buscando calidez en lo frío, intimidad en lo anónimo, y sentido en lo efímero.
Lo revolucionario de este subgénero no fue su técnica, sino su actitud: demostró que la música podía nacer desde el cuarto de un adolescente sin sellos discográficos, sin estudios caros, sin siquiera una audiencia definida, y aun así resonar en miles de auriculares alrededor del mundo. Rompió la idea de que para ser tomado en serio había que sonar “profesional” en el sentido tradicional. Al contrario, su crudeza digital, sus errores, sus silencios incómodos, eran parte del mensaje. Era música hecha no para conquistar escenarios, sino para acompañar insomnios.
Como hito cultural, el cloud rap ayudó a legitimar la vulnerabilidad en el hip hop. Mientras el rap tradicional celebraba la fortaleza, el dominio y la narrativa del triunfo, el cloud rap abrió espacio para el cansancio, la duda, el deseo de desaparecer un rato. No se trataba de ser duro, sino de ser humano, incluso si ese humanismo venía envuelto en distorsión y reverb. Esa apertura emocional allanó el camino para artistas que hoy hablan de ansiedad, de amor fallido, de aburrimiento existencial, sin que eso los haga parecer menos válidos dentro del género.
También fue una de las primeras manifestaciones culturales en entender internet no como un medio para difundir arte, sino como un entorno creativo en sí mismo. Las comunidades en Tumblr, en SoundCloud, en foros anónimos, se volvieron incubadoras de estética y sonido. Allí no había gatekeepers, no había reglas fijas, solo la libre circulación de ideas que se mezclaban, se copiaban, se transformaban. Esa lógica de creación distribuida, colaborativa y descentralizada anticipó formas de hacer cultura que hoy son la norma, no la excepción.
En el fondo, el cloud rap fue la banda sonora de una época en la que todo empezó a sentirse más suave, más triste, más difuso. Y aunque su nombre ya no esté en boca de todos, su espíritu sigue latiendo en cada artista que prefiere el susurro al grito, en cada oyente que busca en la música no una fiesta, sino un refugio. No fue un movimiento efímero; fue un cambio de clima.
Es todo por hoy.
Disfruten del mix que les comparto.
Chau, BlurtMedia…
https://img.blurt.world/blurtimage/paulindstrom/a4ca48f8252d57129ab76b747cd3f5b6b6208eae.gif
Artistas como Lil B y Main Attrakionz fueron piezas clave en esos primeros días: uno con su filosofía de libertad creativa y su entrega desbordante, el otro con letras que se desvanecían en beats vaporosos. Pero fue Clams Casino quien, desde un cuarto en Nueva Jersey, tejió el sonido que muchos reconocerían como el corazón del género: melodías desdibujadas, samples de voces angelicales, percusiones que no rompían el silencio sino que lo acariciaban. Su trabajo con raperos como A$AP Rocky o Bones definió una estética que pronto se extendió como humo por SoundCloud, Bandcamp y foros de internet.
El cloud rap nunca quiso ser comercial, al menos no al principio. Era música para escuchar con los audífonos puestos en la oscuridad, con la mirada perdida en la lluvia o en el techo de una habitación solitaria. No se trataba de rimas complejas ni de flow explosivo, sino de sensación, de textura. La voz del MC se volvía otro instrumento más en la niebla, a veces casi inaudible, a veces desgarradoramente íntima.
Con el tiempo, el género se ramificó, se mezcló con el lo-fi, el vaporwave, el trap experimental, incluso con la música ambient. Nombres como Yung Lean en Suecia o Black Kray en EE. UU. ampliaron su geografía y su alma, demostrando que esa sensación de deriva emocional era universal. Hoy, aunque pocos usan ya la etiqueta “cloud rap”, su espíritu sigue vivo en la forma en que muchos artistas jóvenes usan la producción no como fondo, sino como vehículo emocional. El cloud rap no desapareció; se volvió aire, se volvió clima interior.
El cloud rap, aunque nacido en los márgenes digitales, fue más que un sonido: se volvió una sensibilidad que se filtró en otras formas de expresión, como una niebla que no pide permiso para envolverlo todo. En la literatura, sobre todo en la poesía contemporánea de autores jóvenes, se percibe su impronta en esa manera de escribir desde lo fragmentario, lo íntimo y lo digital. Las palabras ya no buscan siempre construir narrativas lineales, sino evocar estados: soledad pixelada, melancolía en loop, la paradoja de sentirse solo en medio de mil conexiones. Autores como Tao Lin o incluso cierta narrativa en redes sociales, con su tono desapegado y sus frases cortas que laten más por lo que callan que por lo que dicen, respiran ese mismo aire de distanciamiento emocional envuelto en una estética dulce y triste.
En el cine, especialmente en el cine independiente y en el videoclip como forma artística autónoma, el cloud rap dejó huella en la paleta visual y en el ritmo. Imágenes bañadas en luz neón suave, escenas que se desvanecen sin corte brusco, personajes que caminan sin rumbo fijo por ciudades vacías o dormitorios iluminados por la pantalla de un celular. Directores y creadores visuales empezaron a adoptar esa estética “onirónica digital”, donde lo real y lo virtual se confunden, y el tiempo parece desacelerado. No se trata de contar una historia con principio y fin, sino de inmersión en un mood, en una atmósfera —justo como en los beats del cloud rap.
La moda, por su parte, absorbió esa misma ambigüedad entre lo casero y lo estético, lo descuidado y lo intencional. Sudaderas oversize, ropa deportiva descolorida, zapatillas viejas pero cuidadas, todo envuelto en una estética de lo “no intencionado” que en realidad está muy pensada. Marcas underground y colectivos de diseño independiente comenzaron a jugar con tipografías suaves, colores pastel combinados con grises humeantes, gráficos que parecen salidos de un sueño febril. Incluso la forma en que muchos jóvenes se fotografían —con fondos borrosos, iluminación tenue, poses relajadas casi hasta la apatía— responde a esa estética del cloud rap: la belleza del instante efímero, del cuerpo en pausa.
En la música, su influencia es quizás la más evidente y extendida. El cloud rap abrió la puerta para que la producción sonora se convirtiera en protagonista, no solo en el hip hop sino en géneros como el R&B alternativo, el pop introspectivo e incluso en ciertas corrientes del indie electrónico. Artistas como James Blake, The Weeknd en sus inicios, o incluso Billie Eilish en su uso de espacios sonoros amplios y voces susurradas, beben de esa misma fuente. Productores que antes buscaban claridad y precisión ahora valoran la textura, la ambigüedad, el ruido hermoso. El cloud rap demostró que un beat no necesita golpear fuerte para calar hondo; a veces basta con envolver, con sostener, con hacer sentir que uno no está solo en la neblina.
En el cloud rap, los instrumentos no siempre son tangibles ni acústicos; a menudo viven dentro de pantallas, entre plugins y samples manipulados hasta perder su forma original. Lo que define su sonido no es tanto el instrumento en sí, sino la manera en que se desdibuja, se alarga, se vuelve eco. Los sintetizadores son el alma de esta música: pads suaves, brillantes o melancólicos, que flotan como nubes bajas sobre el beat. Modelos como el Roland Juno, el Korg M1 o emulaciones digitales de estos clásicos se usan para crear esas capas atmosféricas que parecen respirar, cambiando de color con cada compás.
Los samples también juegan un rol fundamental, pero no en su forma cruda. Voces de coros gospel, fragmentos de películas antiguas, melodías de videojuegos de los 90 o incluso piezas de música clásica se despedazan, se ralentizan, se bañan en reverberación hasta volverse irreconocibles. Ese gesto de tomar algo del pasado y transformarlo en niebla emocional es una de las firmas del género. A veces basta con una nota de piano aislada, repetida, envuelta en delay, para sostener toda una pista.
La batería, cuando aparece, suele ser minimalista, casi tímida. Los snares suenan amortiguados, como si estuvieran cubiertos por una manta; los kicks no golpean, sino que empujan con suavidad, a veces distorsionados hasta adquirir una textura mullida. Programas como FL Studio o Ableton Live son los talleres donde estos ritmos se construyen, con samples de batería vintage o kits personalizados que priorizan el mood sobre la precisión rítmica.
El bajo, cuando está presente, rara vez es agresivo. Prefiere serpentear en frecuencias medias, envuelto en efectos, más cercano al zumbido de un transformador que al boom del hip hop tradicional. Y las voces, en muchos casos, se tratan como otro instrumento más: se duplican, se entrecruzan, se filtran con low-pass para que suenen como si llegaran desde otra habitación, desde otro sueño.
En el cloud rap, más que tocar instrumentos, se trata de moldear el aire. Lo que suena es menos importante que cómo se desvanece.
El cloud rap no fue solo un estilo musical, sino una forma de estar en el mundo cuando el mundo empezaba a volverse completamente digital. Llegó en un momento en que las redes sociales ya no eran novedad, sino hábitat; cuando la identidad se construía tanto en la calle como en el avatar, y cuando sentirse perdido se volvió una experiencia colectiva disfrazada de individualismo. En ese contexto, el cloud rap se convirtió en el soundtrack de una generación que creció entre pantallas, buscando calidez en lo frío, intimidad en lo anónimo, y sentido en lo efímero.
Lo revolucionario de este subgénero no fue su técnica, sino su actitud: demostró que la música podía nacer desde el cuarto de un adolescente sin sellos discográficos, sin estudios caros, sin siquiera una audiencia definida, y aun así resonar en miles de auriculares alrededor del mundo. Rompió la idea de que para ser tomado en serio había que sonar “profesional” en el sentido tradicional. Al contrario, su crudeza digital, sus errores, sus silencios incómodos, eran parte del mensaje. Era música hecha no para conquistar escenarios, sino para acompañar insomnios.
Como hito cultural, el cloud rap ayudó a legitimar la vulnerabilidad en el hip hop. Mientras el rap tradicional celebraba la fortaleza, el dominio y la narrativa del triunfo, el cloud rap abrió espacio para el cansancio, la duda, el deseo de desaparecer un rato. No se trataba de ser duro, sino de ser humano, incluso si ese humanismo venía envuelto en distorsión y reverb. Esa apertura emocional allanó el camino para artistas que hoy hablan de ansiedad, de amor fallido, de aburrimiento existencial, sin que eso los haga parecer menos válidos dentro del género.
También fue una de las primeras manifestaciones culturales en entender internet no como un medio para difundir arte, sino como un entorno creativo en sí mismo. Las comunidades en Tumblr, en SoundCloud, en foros anónimos, se volvieron incubadoras de estética y sonido. Allí no había gatekeepers, no había reglas fijas, solo la libre circulación de ideas que se mezclaban, se copiaban, se transformaban. Esa lógica de creación distribuida, colaborativa y descentralizada anticipó formas de hacer cultura que hoy son la norma, no la excepción.
En el fondo, el cloud rap fue la banda sonora de una época en la que todo empezó a sentirse más suave, más triste, más difuso. Y aunque su nombre ya no esté en boca de todos, su espíritu sigue latiendo en cada artista que prefiere el susurro al grito, en cada oyente que busca en la música no una fiesta, sino un refugio. No fue un movimiento efímero; fue un cambio de clima.
Es todo por hoy.
Disfruten del mix que les comparto.
Chau, BlurtMedia…
https://img.blurt.world/blurtimage/paulindstrom/a4ca48f8252d57129ab76b747cd3f5b6b6208eae.gif
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